Ir al contenido principal
Caja de besos

Hace ya mucho tiempo, un hombre castigó a su pequeña hija de tres años por desperdiciar una envoltura de papel dorado.
El dinero escaseaba en esos días, motivo por el cual estalló en una furia incontenible; cuando vió a la niña tratando de envolver una caja para ponerla debajo del árbol de Navidad.
Mas sin embargo, la niña le llevó el regalo a su padre a la mañana siguiente y le dijo:"Esto es para ti papi".
Él se sintió avergonzado de su reacción de furia. Pero volvió a explotar cuando al abrir la caja, se dió cuenta que estaba vacía, le volvió a gritar diciendo: ¿Es que no sabes que cuando le das un regalo a alguien, debe tener algo dentro?
La pequeñita miró hacia arriba y con lágrimas en los ojos contestó:
¡No papi, no esta vacía ya que yo soplé muchísimos besos dentro de la caja, todos para tí papi!
El padre se sintió morir, puso sus brazos alrededor de su niña y le suplicó que lo perdonara.
Según se dice, ese hombre guardó la caja dorada por muchos años, cerca de su cama y siempre que se sentía derrumbado o deprimido, tomaba de la caja un beso imaginario y recordaba el amor que su niña había puesto ahí.

En cierta forma, cada uno de los seres humanos ha recibido una caja dorada, llena de amor incondicional y besos de nuestros seres queridos: hijos, familia, amigos…
Nadie podría tener una propiedad más preciada que ésta. Todos nosotros la tenemos pero…¿Nos damos cuenta?
Cada vez que estamos derrumbados o deprimidos…¿extraemos de la caja ese regalo que nos recuerda el AMOR que nos dieron?
(desconozco el autor)

Comentarios

Entradas populares de este blog

La tortuga que quería volar Había una vez una tortuga que vivia soñando. Mientras arrastraba su pesado cuerpo a pocos centímetros del suelo, miraba hacia arriba e imaginaba lo bello que debia ser ver la tierra desde el cielo. ¡Qué no daría ella por poder volar! Sus amigas las gaviotas, oyentes eternas de sus sueños, vinieron un día con una propuesta: -Amiga- le dijo una de ellas-,tú no tienes alas nosotras sí...y tenemos además la fantasía de ayudarte a cumplir tu sueño. -Tu pico es muy fuerte- dijo la otra-, traeremos una rama de un olmo y tú te sujetarás a ella mordiéndola con todas tus fuerzas...si te animas a correr el riesgo, entre las dos levantaremos la rama sujetándola con las patas y te llevaremos a recorrer el cielo. La tortuga abrió los ojos tanto como podia. ¿seria posible? Las gaviotas trajeron el palo. La pesada tortuga hincó los dientes en la rama con toda su fuerza y cerró´los ojos. Cuando los abrió, animad...
La metáfora del faro El faro está afianzado en la roca, no importa dónde se lo construya. El faro está ahí para hacer una cosa: hacer brillar la luz. El propósito de la luz a menudo es cambiado. A veces es un aviso, a veces está allí para atraer la atención y a veces está ahí para guiar. Cualquiera sea el propósito, siempre está anclado en la roca. El guardián de faro sabe algo que los otros no saben. Sabe dónde están las rocas, dónde está el problema, y está allí para guiar a los otros respecto de estas cosas. Cuando la luz es capaz de ayudar a conducir a los barcos a salvo a la bahía, en el faro se regocijan... Cuando esto sucede, sin embargo, el guardián del faro no se va al barco y hace una fiesta con el capitán. En vez de eso, el guardián se regocija silenciosamente y continúa haciendo brillar la luz. Los capitanes que llegan al puerto a salvo gracias a la luz del faro nunca conocen al guardián del faro. ¡El guardián del faro no publica una declaración para decirle a otros que sa...
Siempre recuerda aquellos a quienes sirves. En los días en que un helado costaba mucho menos, un niño de 10 años entró en un establecimiento y se sentó en una mesa. La camarera puso un vaso de agua enfrente de él. -¿Cuánto cuesta un helado de chocolate con cacahuetes? preguntó el niño. -Cincuenta centavos, respondió la camarera. El niño sacó su mano de su bolsillo y examinó un número de monedas. -¿Cuánto cuesta un helado solo?, volvió a preguntar. Algunas personas estaban esperando por una mesa y la camarera ya estaba un poco impaciente. -Treinta y cinco centavos dijo ella bruscamente. El niño volvió a contar las monedas. -Quiero el helado sólo dijo finalmente. La camarera le trajo el helado, puso la cuenta en la mesa y se fue. El niño se terminó el helado, pagó en la caja y se marchó. Cuando la camarera volvió, ella empezó a limpiar la mesa y entonces le costó tragar saliva con lo que vió. Allí, puestos ordenadamente junto al plato vacío, había veinticinco centavos... su propina. Jamá...