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Parábola de una velita

Érase una vez una velita nueva que soñaba con ser la más grande, hermosa y elegante de las velas. Estaba en esa etapa de la vida, que no sabía por qué o para qué había sido creada y lo quería descubrir. Antes de decidir qué hacer con su existir, se lanzó a la tarea de observar lo que hacían las otras velas mayores para así estar segura del camino que debía tomar; en el trayecto se encontró con todo tipo de velas y velones, de todos los tamaños, formas y colores; hasta había algunos que desprendían olores.

Halló un grupo de velas refinadas, colocadas en estantes y candelabros, se veían elegantes, adornaban, pero no sonreían, estaban siempre erguidas, y cuando llegaba la noche, como no permitían ser encendidas, la oscuridad las vencía y pasaban desapercibidas. La velita les preguntó: - Son ustedes felices? ¿Están cumpliendo su Misión? Ellas respondieron: - No se a qué te refieres con ser feliz, pero es más cómodo estar así, no se nos arruga el vestido, conservamos la belleza, no nos vamos a desgastar; además cuando llega la oscuridad, aprovechamos para descansar. ¿Qué mas podemos pedir, si así vivimos en completa tranquilidad y comodidad?

La velita inconforme con esa respuesta, continuó pensativa, aquellas velas eran hermosas, pero simplemente estaban acomodadas, no vivían, y aunque aparentemente se veían tranquilas se notaba que en su interior estaban vacías. Así mientras reflexionaba y trataba de descubrir su Misión, encontró otro grupo de velas que luchaban por mantener su luz encendida, la tempestad, los fuertes vientos y la oscuridad, intimaban para apagarlas, pero ellas no se dejaban, se
esforzaban, se desgastaban, su apariencia se veía deforme, pero lo curioso era que estas velas sonreían mientras de ellas se desprendían grandes lagrimones de espermas que las achantaban y desfiguraban, compartían su luz, no la escondían; se encendían unas a otras cuando algún viento las apagaba, y ahí donde estaban siempre se veía iluminado, por eso todo el mundo las buscaban y estar a su lado querían.

- Son ustedes felices? Preguntó la velita. - Si lo somos, respondió una de las velas, esa que se veía mas deforme y acabada, cargando los más grandes lagrimones de esperma; nuestra misión es ser luz, aunque ello implique desgastarse; sabemos que en esa entrega está el sentido de nuestras vidas; moriremos con la certeza que dimos lo mejor de nosotras mismas; somos fuertes, luchamos por mantener siempre encendida nuestra llamita, nos ayudamos unas a otras y aunque hay algunas pequeñitas, unidas hacemos una gran hoguera que vence la oscuridad; parecerá una contradicción, sonreír en medio del sacrificio y del dolor; pero todo lo hacemos con amor y en ello está nuestra realización, quizás así nos parecemos un poco más a nuestro Creador .

Ante todo esto que había contemplado, la velita tomó una decisión, miró hacia el cielo y le dijo a Dios: - Enciende mi llama, quiero consumirme y ser esa luz que con una sonrisa, una mano que se brinda, la palabra oportuna, el silencio a veces necesario, la entrega sin límites y sin condición, logre vencer la oscuridad; y así, aún en medio de la más fuerte tormenta y tempestad, los hombres y mujeres que encuentre en mi camino, puedan experimentar la paz y la esperanza que da el saber descubrir tu amor en todo lo bello que cada día nos das. ¿Qué más puedo pedir, si en ello está mi realización y mi felicidad?.

El Señor le sonrió, con su Espíritu la encendió y le dijo: Desde hoy te llamarás ORIT que en hebreo significa pequeña luz, siempre estaré contigo, llevarás a todos los rincones la Llama de la Fe, la Esperanza y el Amor que en tus manos he encomendado, no permitas que nada ni nadie te separe de mi lado, de esta manera no habrá tinieblas que logre apagar esa Luz que te he dado.

(desconozco el autor)

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